PLACA CONMEMORATIVA

03.03.2015 15:34

Hoy, 4 de marzo de 2015 se cierra el Año Asorey con un último homenaje al artista, la colocación de la placa conmemorativa en el que fue su taller de Tras Santa Clara, y coincidiendo con la fecha de su nacimiento.

 La iniciativa de este acto parte del grupo municipal del BNG del Ayuntamiento de Santiago que, después de hablar con la familia, propone la idea de poner una placa en el taller do "Escultor da raza". Esta propuesta se lleva a pleno en el ayuntamiento y es aprobada por unanimidad por todos los grupos políticos, lo cual nos alegra enormemente.

Gracias a todos por estar hoy aquí, al concello de Santiago, al concello de Cambados y a la Xunta de Galicia, acompañando a la familia en este homenaje.

De izquierda a derecha, Anxo Lorenzo -secretario xeral da consellería de cultura-, José Asorey, Agustín Hernández -alcalde de Santiago- y el teniente alcalde de Cambados

Poco o nada queda ya de la fisionomía del taller de tras santa Clara, cuya historia os voy a resumir. Cuando Asorey se instala definitivamente en Santiago trabaja en un pequeño edificio de la calle Caramoniña, que con el paso del tiempo le queda pequeño ante el número y tamaño de las obras encargadas y al aumento de discípulos y aprendices que se acercan a trabajar con él. Ante esta situación la necesidad de un espacio mayor es obvia. Un amigo le ofrece un terreno en lo que hoy es Xeral Pardiñas, pero él lo rechaza; Santiago "terminaba" en la Plaza de Galicia: la falta de iluminación, la calle sin asfaltar y la ausencia de edificios hacía que recorrer el tramo desde San Roque hasta allí cuatro veces al día fuese duro, sobre todo en invierno.

Asorey sigue buscando su terreno, y lo encuentra cerca de su domicilio, en la rúa Tras Santa Clara. Allí construye un taller amplio y con suficiente altura para albergar sus obras monumentales; corre el año 1930 y Asorey se enorgullece de que "ahora piso en mi terreno". De este taller saldrán las grandes obras y más conocidas, inauguradas por el monumento a San Francisco de Santiago de Compostela. No faltan fotos en que le podemos ver posando con la Picariña detrás o trabajando en la figura de Aller, por ejemplo

Allí se dedica a labrar por supuesto pero también a impartir clases a sus discípulos, algunos de los cuales alcanzaran notable fama. Es punto de encuentro para aprendices, obreros, modelos y visitas e incluso el lugar donde surge un matrimonio entre dos alumnos. La actividad hasta el fin de la vida de Asorey es constante.

El lugar se convierte también en el punto de encuentro con los amigos. Asorey no gustaba de frecuentar bares ni cafeterías; sus tertulias tenían lugar en el taller. Allí iban sus amigos, desconocidos o conocidos (para nosotros, claro) con los que pasaba las horas charlando. Una de las visitas más habituales era la de Valle Inclán que, pese a un desencuentro inicial, se convierte en un habitual en el taller; Carmiña, la sobrina de Asorey, recuerda cómo servía de modelo de pañuelos y cofias que encantaban a Valle; por otra parte sus hijos son incapaces de enumerar una lista de todos los que por allí pasaron, intelectuales, ministros o simplemente amigos...que siempre tenían la atención de Asorey.

Sus ratos de ocio se completaban con la biblioteca que el escultor atesoraba, la cual, por la humedad y los préstamos no devueltos, quedó muy mermada. Y por supuesto la paz le llegaba también gracias al jardín que estaba detrás del edificio. La vista era impresionante, a la izquierda todo Bonaval y la Almáciga, a la derecha, todo Santiago presidido por las torres de la catedral ( hasta los años 50 en que la construcción del edificio de La Salle corta esta visión). En esta huerta Asorey cuidaba de su jardín y sus animales. Era un gran amante de los animales y toda la vida tuvo perros en el taller

Y no solo perros. En esta foto está Asorey con uno de sus perros, su mujer Jesusa, su primogénito, Paco y el hijopequeño, Pepe; y la mascota de éste. Al niño se le antojó un carnero que pasó a ser un miembro más de entre los canes. De hecho el animal adoraba a Jesusa, la cual le sacaba a pasear y éste la seguía y obedecía dócilmente, pues la idolatraba. Pero no ocurría así con su pequeño dueño, al cual tenía cierta manía que se traducía en cornadas; una vez le embistió con tanta fuerza que, aunque no pasó nada, se optó por regalar al animal antes de que se produjese una desgracia.

Así transcurría la vida del taller, hasta que, ya fallecido el artista, se remodela la calle, con lo cual éste es expropiado y queda reducido al tamaño de un garaje, función que desempeña hoy en día, y lo que obliga a la familia a realojar las obras, muchas de las cuales se depositan para el "futuro" museo de la ciudad, que no se llega a construir, y que hoy se custodian en el Museo do Pobo Galego.

Para la familia ese espacio siempre fue el taller, nunca tuvo otro nombre, aunque allí no quede nada, y todos buscaron en él la paz que Asorey encontraba contemplando las preciosas vistas. Su hijo Paco iba todos los días a cuidar de los perros y a sentarse al sol. Hoy es Pepe el que acude cada día a ver a sus gatos y a cuidar en la medida de lo posible la pequeña huerta y, cuando hace bueno, "a estar en el balneario" como él dice.

Yo como nieta ya conocí el taller como está hoy. Pasé allí muchas tardes de mi infancia, abriendo la puerta cada vez que alguien que estaba jugando al futbol en la Salle metía un gol en nuestro jardín y venía a recuperar la pelota, algo que ya pasaba en los tiempos de mi abuelo, con lo cual el que venía a llamar salía extrañadísimo del lugar lleno de figuras, escayolas, libros y trajín de gentes. Aunque mi primer recuerdo se remonta a un gallo; sé que había gallinas, pero no me asustaban, sólo recuerdo un gallo que venía hacia mí amenazante, con lo cual, el gallinero pronto quedó vacío. Mis meriendas más ricas también fueron en el taller gracias a un manzano. Es pensarlo y recuerdo perfectamente las manzanas recién cogidas, su olor, su sabor... y el disgusto cuando el árbol secó y hubo que cortalo. Allí jugaba con los perros que recogíamos de la calle y con mi pato Bingo, al cual le hice casi casi un chalet de verano, y me ponía perdida machacando teja y cal para jugar a las tiendas y vender pimentón y harina. También contribuía un poco al desastre; mi abuela plantaba flores durante todo el año...y yo las arrancaba y hacía ramos, algunas veces tan bonitos que oía por la calle: ¡Que preciosidad, parece de novia!

Así fue el taller, un lugar de creación, tal fuerza y tanta unión con la vida que consiguió que otros encontrásemos alli paz, vida, esperanza y que aunque sucios hasta arriba nos sintiésemos princesas por la calle y consiguiésemos llenar nuestra casa del olor de las flores recién cortadas

Carmen Asorey